Todo lo que deseo by Nisha Scail

Todo lo que deseo by Nisha Scail

autor:Nisha Scail [Scail, Nisha]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-12-01T05:00:00+00:00


Capítulo 22

—Ay dios, no… Nick, eso duele… no… espera… ahí tengo cosqui… —Natalie no terminó la frase, pues se echó a reír—. Basta… no puedo reírme… me duele todo…

—Lo sé.

Una respuesta breve, directa, destinada a hacer a un lado sus deseos y cumplir con los propios. Prueba de ello era que ahora la tenía tumbada boca abajo sobre una toalla de baño, y ese magnífico cuerpo se aposentaba sobre ella, con una dura erección rozándole las nalgas, mientras los dedos masculinos trabajaban en sus hombros y espalda.

Le había retirado la venda de los ojos sin pronunciar una palabra, se había tumbado sobre ella y le devoró la boca como si no hubiese tenido suficiente, solo para empujarla después de la cama a la ducha, cuando los primeros rayos de un nuevo día se filtraban por la ventana, y asearla el mismo. La repentina brecha que se había abierto entre ellos la tenía nerviosa, era como si con la luz del día hubiese llegado otra persona, una que quizá se arrepintiese de lo ocurrido durante la noche.

Los últimos cuarenta minutos transcurrieron en una especie de «haz esto», «haz lo otro», sin verdadera comunicación. Al principio pensó que quizá se tratase de algún nuevo juego, pero a medida pasaba el tiempo, pareció aislarse incluso más.

—De acuerdo, ¿qué hice mal?

La pregunta surgió de forma abrupta entre sus labios. No soportaba más ese incómodo silencio entre ambos, no después de la calidez y cercanía que había sentido con él esa noche. Por un breve instante creyó incluso poder ver en su interior. Su necesidad de ella no había sido tan brutal entonces, fue como si necesitase de su contacto y de sus caricias tanto como ella misma necesitaba las suyas. Pero entonces, cuando el mundo de misterio y sensaciones en el que la sumergió al ponerle la venda terminó, también lo hizo esa sensación de comunión entre ambos.

—¿Qué te hace pensar que has hecho algo mal?

Una nueva pregunta que respondía a la suya, una sin inflexión en la voz, sin ni siquiera curiosidad. Solo el tacto de sus manos sobre su cuerpo y el suave aroma a flores del aceite hidratante que extendía sobre su piel desmentía ese tono impersonal.

—Dímelo tú —murmuró, ladeando un poco la cabeza para encontrarse fugazmente con su mirada—, eres el que se ha enfriado como un polo en el congelador.

Sus ojos se clavaron en los suyos, le vio alzar una rubia ceja al mismo tiempo que empujaba su erección contra su trasero, resbalando sobre sus nalgas dejando palpable su respuesta.

—¿Te parece que me he enfriado?

Bufó e intentó girarse hacia él, pero no le dejó.

—Quieta.

Siseó. No quería estarse quieta, quería pegarle, quería bajar de esa cama, vestirse y librarse de su presencia lo antes posible. No se sentía a gusto tan vulnerable, menos aún frente a él.

—Hace más de una hora que salió el sol, así que se terminó la noche de juegos —rezongó, culebreando bajo su cuerpo, dispuesta a abandonar aquella habitación.

—Natalie, quédate quieta. —Su voz sonó incluso más profunda, más fría y sus ojos reaccionaron de la manera más estúpida, llenándose de lágrimas.



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